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Brasil, entre la profundización del abismo y la recreación de la esperanza

El requisito de superar el 50% de los votos para ganar en primera vuelta, que no fue alcanzado por ningún candidato, pone a Bolsonaro y Lula cara a cara para el ballotage del 30 de octubre.

La segunda vuelta es el escenario habitual de las elecciones presidenciales en Brasil. Salvo Fernando Henrique Cardoso en 1994, ningún mandatario logro evitar esa instancia.

Pero este turno electoral pone a prueba no solo ese mecanismo sino, centralmente, otras variables que tienen que ver con al menos cuatro dimensiones que están en juego: los personajes en cuestión; el mapa nacional; la situación regional y el contexto global.

Para ganar en primera vuelta, el expresidente Luiz Ignacio Lula da Silva necesitaba más del 50 por ciento de los votos para dejar en el camino al actual mandatario, el ultraderechista Jair Bolsonaro: le faltó poco más del dos por ciento.

Por ahora, la derecha extrema de Brasil logró postergar el retorno de Lula a la presidencia, aunque entre las hipótesis que se manejan para el futuro mediato también están las de un golpe de Estado militar o un atentado contra la vida del candidato progresista, el expresidente Lula, quien ganó la primera vuelta por un diferencia estrecha, en un escenario de altísima polarización que las encuestas previas no dibujaron.

Lula o Bolsonaro: Brasil juega una elección histórica con impacto global

Los 5 puntos a favor de Lula denuncian el fracaso (una vez más), de la Patria Encuestadora. Pero no fallaron en el porcentaje obtenido por el líder del Partido de los Trabajadores (PT), sino que subestimaron la capacidad de Jair Bolsonaro, con su Partido Liberal, que sumó entre 5 y 8 puntos, de acuerdo al sondeo previo que se tome.

El 43, 2% del actual presidente hasta causó cierta desazón en el comando de campaña de Lula, que con su 48,4% no llegó al triunfo en primera vuelta.

Con estos números, Bolsonaro tomó nuevos aires. El PT tratará ahora que los candidatos de centro (Simone Tebet y Ciro Gómez, que juntos alrededor del 7 por ciento de los votos), eliminados en la primera vuelta, ofrezcan su apoyo a Lula, un hábil negociador, pero que tendrá que rearmar la táctica de acá a menos de 4 semanas.

Un obrero en el Planalto

De todos modos, algo es cierto: la sociedad brasileña no es la misma que la de hace 20 años, cuando aquel exobrero metalúrgico de Sao Bernardo do Campo y dirigente de la Central Única de Trabajadores (CUT), conduciendo una ola de esperanza, llegó al gobierno en la segunda vuelta. Era el 27 de octubre de 2002 y Lula, que ese día cumplía 57 años, se convertía en presidente luego de 3 experiencia electorales fallidas (1990, 1994 y 1998).

Las urnas mostraron que los más los pobres de las periferias urbanas no necesariamente votaron por el PT y su candidato, eso que aún perdura en el recuerdo de mediano plazo el salto inclusivo que significó la etapa de Lula entre 2003 y 2010, luego continuada, con evidentes retrocesos por Dilma Rousseff entre 2011 y 2016, cuando fue destituida por el Congreso.

Luego vendría el proceso judicial contra Lula, su cárcel por más de 500 días y la anulación de esa condena a 11 años de prisión, en el marco de la avanzada judicial del establishment contra diferentes gobiernos de América Latina, que tuvieron en Brasil un alto ejemplo del lawfare.

 

El Mesías

Jair Mesías Bolsonaro fue un oscuro diputado durante muchos años, al que no se le conocía la voz ni algún tipo de aporte legislativo. Excapitán del Ejército, emergió como líder en 2018, apalancado en el descrédito instalado desde los grandes medios contra el PT, que no pudo jugar a Lula como candidato. En ese año, Bolsonaro venció a Fernando Haddad, exministro de Educación, que no pudo en el ballotage contra Bolsonaro.

La politización de las iglesias evangélicas, ocupando el lugar que los curas católicos fueron abandonando, el uso de las redes sociales como catalizador del estado de ánimo colectivo y la crisis que fortaleció a la extrema derecha ante una centroizquierda que se quedó sin mensaje, fueron algunos de los factores que llevaron a Bolsonaro en pocos meses de no figurar en las encuestas a ser presidente.

El factor Donald Trump en Estados Unidos, Mauricio Macri en la Argentina, Sebastián Piñera en Chile y el declive del Frente Amplio en Uruguay fueron también el marco internacional de ese ascenso, que no solo cuestionó a los “populismos” de centroizquierda, sino a los partidos tradicionales.

Luego, la llegada de la pandemia, donde el Brasil de Bolsonaro, junto a Trump en Estados Unidos, fue el ejemplo negativo más extremo de la gestión de un gobierno al respecto. Sí Trump no logró la reelección a finales de 2020, en parte se puede atribuir al factor Covid. Pero en Brasil, las elecciones fueron 2 años después y, dato contrafáctico, Bolsonaro logró evitar el efecto que tuvieron muchos oficialismos en el mundo.

Lo regional y lo global

Los otros aspectos en los que las elecciones de este domingo tallan, son los contextos regional y global.

Por un lado, Sudamérica tuvo en el último año, dos elecciones que movieron la balanza de los alineamientos políticos. El triunfo de Gabriel Boric en Chile, que asumió en marzo de este año, y de Gustavo Petro en Colombia, presidente desde hace casi dos meses, llevaron otro matiz al eje que había, más volcado a las centroderechas.
De hecho Alberto, desde la presidencia que ejerce este año en la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (Celac), no cuenta con la participación en ese espacio de Brasil.

Si las proyecciones confirman el triunfo de Lula en el ballotage del 30 de octubre (cumpleaños de Diego Maradona se recuerda por estas horas), el escenario regional tendrá un momento de barajar y dar de nuevo, Mercosur incluido.

Desde el punto de vista global, Brasil que llegó a ser la sexta economía del mundo con Lula, es un jugador de importancia, también en el armado de los Brics, junto a Rusia, India, China y Sudáfrica, un espacio al que Argentina se está sumando.

Lo que viene

Lula jugó en la campaña para la primera vuelta con el recuerdo del pasado, de “no meu governo”, de aquel tiempo donde había esperanza. La estrategia fue construir una alianza que confrontara democracia contra neofascismo, dejando de lado la tradicional polarización de izquierda contra derecha.

Contando los dos gobiernos sucesivos de Lula entre 2003 y 2010 y el primero de Dilma Roussef, donde Brasil gozó de estabilidad política, crecimiento económico, notables avances de inclusión social, tanto material como simbólica: 35 millones de personas superaron la pobreza para ingresar a la nueva clase media durante estos gobiernos.

La duda es si esos pergaminos alcanzan para el ballotage. Es otro partido, acaso un segundo tiempo y pese a los 5 puntos de diferencia, los equipos saldrán a la cancha a defender lo conseguido. Bolsonaro por la hazaña de seguir. Lula por esa esperanza de volver, que el punto y medio que le faltó, le impidió hacerlo en primera vuelta.

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