El impacto de la masiva marcha de este miércoles se expresa de formas distorsionadas por la intención oficial de sobreactuar normalidad y ningunear las demostraciones de fuerza callejeras. La estrategia del gobierno de Mauricio Macri es la que ha tenido en los dos años de gestión ante las numerosas movilizaciones masivas que han ido caldeando las calles, particularmente en la ciudad de Buenos Aires: afirmar que esos actos son estrategias “del pasado” y que “la gente” no quiere marchas ni paros. Pero el ministro de Trabajo Jorge Triaca manifestó inmediatamente después del #21F que podría recibir a Moyano, como a cualquier otro dirigente sindical dispuesto al “diálogo”, y el líder camionero afirmó que “estaría dispuesto” a sentarse con el Presidente si lo convocan.
Desde el oficialismo se intentó minimizar la convocatoria señalando que concurrieron algo menos de 100 mil personas (lo que no sería un número nada despreciable para febrero) mientras que algunos organizadores hablan de hasta medio millón de manifestantes. El ministro de Trabajo Jorge Triaca lo redujo incluso a 80 mil, contra las propias evaluaciones policiales que marcaron entre 110 y 150 mil personas. Probablemente la cifra más realista sea un promedio entre ambos extremos, lo que constituye una formidable convocatoria, especialmente para un dirigente que durante las semanas previas fue unánimemente atacado desde el gobierno y los medios de comunicación. Pero la campaña que, contra la evidente pluralidad de los convocantes, eligió hablar de “la marcha de Moyano” (intentando desalentar la concurrencia al dibujar a un dirigente aislado y abandonado por sus pares de la CGT), paradójicamente fortaleció al ex titular de la central de trabajadores y dejó a los gremios “dialoguistas” mal parados: si un Moyano “solo” puede meter 250 mil personas en la 9 de Julio la verdad que no parece tan debilitado como la propaganda oficial quiere pintar.
Lo cierto es que, más allá de la campaña periodística de que se trataba de una estrategia personal para “zafar” de sus causas judiciales (a la que indudablemente contribuyó el propio Moyano dedicando innecesariamente diez minutos de su discurso al tema), a poco de que Camioneros diera el puntapié inicial de convocatoria la concentración rápidamente consiguió el apoyo de numerosos sectores políticos y sociales que consideraron importante participar, más allá de sus diferencias históricas con el camionero, para expresar su repudio al rumbo económico tomado por el gobierno de Mauricio Macri. Allí estuvieron los sectores más combativos de la CGT, las dos CTA, los movimientos sociales (especialmente fuerte la presencia en la calle y en el palco de CTEP, CCC y Barrios de Pie), el kirchnerismo y las distintas organizaciones de izquierda, desde el FIT hasta Patria Grande.
El #21F finalmente llevó a la CGT a una ruptura que parece definitiva y probablemente plantee una redefinición del mapa sindical argentino de aquí en adelante. Seguramente tardará, pero el punto de quiebre estuvo claro. Juan Carlos Schmid, el único integrante del triunvirato cegetista que convocó, abrió el acto y confirmó su oposición tajante a la reforma laboral con la que el gobierno piensa insistir en marzo. Habrá que ver la deriva del triunviro estacionero Carlos Acuña, quien intentó una posición intermedia diciendo que apoyaba el contenido de la convocatoria, pero que no concurría porque se había “politizado”. El bancario Sergio Palazzo entregó uno de los discursos más encendidos y ratificó a su Corriente Federal (combativa aunque compuesta sobre todo por gremios de servicios y de tamaño mediano, excepto los poderosos bancarios, en pleno plan de lucha paritaria) como el sector más radicalizado de la CGT. Los movimientos sociales, uno de los sectores más dinámicos de la política nacional en los últimos años, volvieron a demostrar su capacidad de movilización y su vocación de alianza con el movimiento obrero organizado. Y la izquierda revolucionaria organizada, que exigió si éxito el anuncio desde el palco de una fecha para un paro nacional o al menos un plan de lucha, no es un componente menor de esta inédita alianza transversal contra las políticas oficiales de pauperización de la clase trabajadora.
Los gremios que finalmente no convocaron, desde la UTA hasta la Fraternidad ferroviaria, pasando por Sanidad, la UOM o Empleados de Comercio, quedaron pegados al discurso oficial de que la marcha era una estrategia personal de Moyano. Pero la masividad del acto, que expresa un claro estado de descontento social, les implica un duro golpe. Y la participación de sectores de base de sus propios gremios en la concentración, más allá de las defección de las cúpulas, refuerza las sospechas de que la no adhesión responde o bien al intento de quedar mejor parados ante la extorsiva reforma en la forma de repartir los fondos para las obras sociales sindicales, hoy reflotada por el Gobierno (una muestra más del ninguneo respecto de la marcha o, más aún, de la intención de continuar a la ofensiva para subordinar y quebrar al sindicalismo) o bien a la siempre presente amenaza de “carpetazos” y avances judiciales sobre estructuras gremiales que suelen estar flojas de papeles.
Más allá de la masividad y la heterogeneidad de la marcha, otro punto a favor fue la ausencia de “incidentes” en la previa y en la desconcentración. Esto probablemente responda tanto al fuerte operativo de seguridad garantizado por Camioneros como a una decisión oficial de no generar otra escena de combate callejero que remita a la de Plaza Congreso durante la reforma previsional, que marcó un punto de quiebre muy negativo para el gobierno en términos de imagen, más allá de la fuerte manipulación mediática de los hechos.
Ahora se abre el período de negociaciones luego de la impresionante demostración de músculo callejero. Según Triaca: “El diálogo con este Gobierno siempre está abierto, pero no queremos condicionamientos, no queremos mecanismos extorsivos. Me siento pero si me resolvés tal problema judicial, no va más en la Argentina”. El diálogo, por supuesto, ahora incluye a Moyano: “La verdad que no tengo diálogo con él desde hace algún tiempo, pero más allá de eso, él conoce la predisposición de este Gobierno para establecer el diálogo. Pero también conoce que no vamos a ser sometidos a ninguna medida extorsiva ni ningún condicionamiento porque el Presidente tiene un mandato con la gente que dice que tenemos que reformar nuestra estructura productiva, para generar más oportunidades de empleo para todos los argentinos que están buscando. Ese es un debate de fondo. Nosotros queremos encontrarnos con él en las mesas de Transporte sobre logística y carga con los ferroviarios, los portuarios, con los aeroportuarios”.
El camionero también anticipó su disposición a sentarse a “dialogar”, aunque ratificó su caracterización de muchos funcionarios, incluido Triaca, como “gorilas”: “Si el Presidente me llama, voy a ir. Si el Gobierno cree que tiene que hablar conmigo, yo no me puedo negar a hacerlo. Es lo mismo que pasa con los empresarios: yo discuto algunas cosas, pero cuando tenemos que sentarnos a resolver problemas, tenemos que hacerlo”. Pero también, más allá del dialoguismo, aprovechó su claro fortalecimiento político para advertir que si no hay respuestas desde el oficialismo se podría avanzar en la convocatoria a un paro general.
El #21F probablemente haya marcado una pauta para el inicio de un año que sin dudas va a ser caldeado en términos de conflictividad social, ya que la crisis económica no tiene visos de resolverse y la estrategia oficial es balancear el creciente déficit fiscal por la vía del ajuste, de los despidos y las paritarias a la baja, además de la imposición de una reforma laboral regresiva. Por otro lado, el sindicalismo combativo parece estar buscando canales efectivos de reorganización y la concentración de este miércoles ha planteado una inédita alianza de hecho entre los sectores políticos y sociales más claramente opositores al macrismo. La prueba más inmediata de esta nueva correlación de fuerzas se verá en la discusión paritaria, en la que el gobierno se juega a imponer un techo del 15% sin cláusula gatillo y los gremios no alineados con el Gobierno a romper esa cota que implica un nuevo retroceso del poder adquisitivo del salario. Las primeras pulseadas son las de bancarios y docentes, pero no serán las únicas. Va a ser un año interesante.