El desafío 2023 en el trípode del Frente de Todos

Momento de balances y de perspectivas. Lo que se viene, desde la óptica de los socios principales de la coalición oficialista. Alberto, Cristina y Massa, modelo para armar.

El tiempo de elecciones presidenciales tiene un equivalente a los Mundiales de fútbol. La comparación con las ediciones anteriores es uno de los parámetros más usados. Y vale el juego, ahora que todavía nos dura el efecto Qatar 2022.

Cristina ya jugó tres finales y las ganó todas, en una como acompañante. Algo así como una capitana sin cinta, cuando decidió acompañarlo a Alberto en la fórmula triunfante en 2019. Esa experiencia en boletas con el nombre de la vicepresidenta , es un reflejo de lo que pasó en 1989, en 1994, en 1995, en 1997, en 2001, en 2005, en 2007, en 2011 y en 2017. Según sus propias palabras, en 2023 no sería candidata y ese en sí mismo es todo un dato de la política argentina.

Legisladora provincial en Santa Cruz, Convencional Constituyente, senadora nacional, diputada y de nuevo senadora, presidenta por dos, senadora y vice. Cristina juega y gana, así lo dice la historia, con el único momento de «digna derrota», en 2017.

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Alberto en cambio, siempre se lo dijo, tuvo un perfil mucho más de operador que de candidato. De hecho, había integrado la lista de legisladores porteños, en la fórmula que encabezan Domingo Cavallo y Gustavo Béliz. Hasta 2019, el nombre de Alberto Fernández no volvería a ser parte de una boleta electoral. Claro, final del mundo y ganada. Alberto presidente y Cristina conducción decían algunos. El tiempo puso ese slogan tan en duda como el propio futuro de ambos.

Sergio Massa debutó de veinteañero en las ligas electorales en 1999. Tenía apenas 27 años y fue elegido diputado provincial bonaerense. Su paso por la Unión del Centro Democrático a mitad de los noventa, lo habían acercado al justicialismo, en momentos en que la alianza de la fuerza creada por Álvaro Alsogaray y Carlos Menem estaba en pleno desarrollo.

Luego de la crisis de 2001/2002 a Massa lo nombraron al frente de la ANSES y como otras figuras que heredó Néstor Kirchner de Eduardo Duhalde (Roberto Lavagna y Aníbal Fernández entre otros, además del propio Alberto), Massa siguió en el cargo con el santacruceño ya en la presidencia.

En 2007, Massa ganó la intendencia de Tigre, que repetiría en 2011. En el intermedio de 2009, fue candidato testimonial junto a Kirchner y Daniel Scioli en la lista de diputados nacionales.

En 2013, el ahora ministro de Economía dejaría definitivamente la intendencia de Tigre para asumir como diputado nacional, en su recientemente creado Frente Renovador, con el que enfrentó (y le ganó), al kirchnerismo.

En 2015, inflado de éxitos previos fue por el premio mayor. Pero la presidencia le fue esquiva, acaso por esa polarización entre Mauricio Macri y Scioli, que debieron definir en penales/ballotage el acceso a la Casa Rosada.

En 2017, con la virtud de la constancia volvió a enfrentar al kirchnerismo a a Cambiemos. Fue con el mismo sello y aliados. Junto a Margarita  Stolbizer fueron por la senaduría nacional por la provincia de Buenos Aires y quedaron terceros otra vez; ante un Esteban Bullrich capitalizando en triunfo electoral el mejor año del macrismo en el gobierno y ante Cristina con su Unidad Ciudadana.

Para 2019, Massa meditaba sobre la conveniencia de volver a presentarse y con Cristina ya lanzada para sostener la candidatura de Alberto, poniendo su propio nombre como partenaire, aceptó una propuesta a través de la televisión de tomar un café con quien sería presidente. Fue durante el festejo de la victoria de Mariano Arcioni en Chubut, en medio de un móvil televisivo. Alberto en el estudio le hizo la invitación a Sergio, que estaba acompañando a Arcioni.

En las boletas del Frente de Todos, volvía a figurar bajo el mismo sello el nombre de Cristina y Massa, como en 2007 y en 2011.

Lo que viene, lo que viene

La rueda de la política de 2023 estará atravesada, cuando no, por la variable de la economía. Ese órgano tan sensible que es el bolsillo, como dicen que decía Juan Domingo Perón, volverá a estar a prueba en los próximos meses. Los remedios de las paritarias, los acuerdos de precios en marcha y ese delicado equilibrio que deben ejercer los gobiernos en la gestión de la perinola. Las caras del «pon 1, pon 2, toma 1, toma 2, todos ponen o toma todo» implican desde ya una tensión en la que siempre hay ganadores y afectados.

La expectativa siempre es más elástica que la realidad.

Otro de los momentos de relación de la política será la verdadera batalla a cielo abierto del Ejecutivo con otra de las caras del Estado. La tensión de estas últimas horas del año con la Corte Suprema y con sectores del poder judicial, como se viene explicando en Informe Político, marcará el comienzo de 2023.

Claro que eso no solo es territorio del cruce Frente de Todos con el cuarto piso de Tribunales, donde atienden cuando van, los jueces de la Corte. O con Comodoro Py, cuya definición de Comodoro Pro, explica una de las características temporales del fuero federal.

Porque si bien es cierto que de la servilleta donde Carlos Corach le dijo a Cavallo, tenía anotados los jueces federales que le respondían al menemismo, a esta época ha corrido mucha agua bajo el puente, también ha quedado claro que parte del juego de Comodoro Py es responder, de a ratos, a la propia lógica endogámica del poder judicial.

No hay servilletas que duren 100 años.

Cristina y el llamado a la transición de la historia

La condena a Cristina es muestra de eso, pero es señal también de cómo se juega el partido en la Argentina. La propia vicepresidenta parece haberlo explicado en esa línea, al decir que no quería cargar a la fuerza que integra, con el peso de su condena. Luego habló de proscripción y para algunos eso deja abierta la puerta de un debate que pueda incluir el nombre de ella en una boleta, como ocurrió 10 veces antes, desde finales de los ochenta del siglo 20.

Para Sergio Massa también hay todo un abanico de posibilidades, pero acaso no funcionara en mecanismo de relojería con detonador que es la economía nacional, el ministro avisó en voz baja que no iría por una candidatura en 2023, donde apenas tendrá 51 años, dos menos de los que tenía Néstor Kirchner en 2003. Hay tiempo, dicen cerca de Massa, que de todos modos, está en gateras, viendo si sale a fondo o sigue al trotecito de los tiempos.

Por último Alberto, que tiene básicamente dos obligaciones que se relacionan casi dialécticamente. La primera es gestionar un país, con las fuerzas reales que le quedan y con la oposición buscando por donde entrar, a veces sin preocuparse por el Fair Play.

Pero también en disputa con los otros sectores del Frente de Todos, que hacen lo que la política manda: balancear permanentemente entre las tensiones de las demandas programáticas y el deber ser de mantener la concordia de la fuerza gobernante. Que se doble pero que no se rompa, parecen decir en los campamentos que integran el FdT. La expresión que viene del radicalismo, acaso ilustra el freno de mano que se le pone, por ahora y al menos en público, a las críticas hacia Alberto.

El otro mandato de Alberto es mostrarse, sin decirlo demasiado, como aspirante a integrar, por tercera vez en su vida, una boleta electoral. En la política de Estados Unidos se habla del síndrome del pato rengo, en referencia a esos presidentes que transitan su segundo mandato sin posibilidad de ser reelectos. Si Alberto anunciara, por ejemplo durante el verano, que no va a ser candidato, la metáfora del pato quedará tan vacía como su propia capacidad de acción. No solo para terciar en la nominación de una figura presidencial, sino también para ejercer el cotidiano trajín de la administración.

Argentina llega en este contexto a las elecciones presidenciales 2023, para lo cual faltan desde este último día de 2022 exactamente 295 días, de cara a la primera vuelta el 22 de octubre. Si hubiera un ballotage, serían 323 hasta el domingo 19 de noviembre.

Mucho más que casi un calendario entero. El tiempo incierto, como el que transcurre entre los Mundiales, con los ganados y los perdidos.

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