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Lula en Argentina: una Celac con integración sin enemigos

Qué hay detrás de los reacomodamientos regionales. El rol de Estados Unidos y China. Los comentadores locales y cómo se entrelazan estos movimientos con el calendario 2023 en nuestro país.

Cuando se piensa en bloques regionales hay una tentación a analizarlos con la lógica del amigo-enemigo. No es el caso de la Unsaur (desactivada luego de las salidas de gobiernos como el de Cristina en Argentina, Dilma Rousseff en Brasil y de Rafael Correa en Ecuador).

Tampoco es el caso de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), cuya VII Cumbre de Jefes de Estados sesiona este martes en Buenos Aires.

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La explicación puede venir de los tiempos de la Guerra Fría, cuando surgió el mundo dividido en un Este-Oeste, producto del «reparto» efectuado por los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial. La naciente Organización de las Naciones Unidas tuvo un rol más simbólico que práctico en un tiempo de décadas, donde la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), y el Pacto de Varsovia eran las terminales del poder militar de Estados Unidos y la Unión Soviética.

De ahí se desprendía que los bloques regionales, que tendrían un impulso central tras la crisis del llamado socialismo real a finales de los ochenta del Siglo 20, estuvieran bajo la órbita de las potencias dominantes. A tal punto era así que un conjunto de países instrumentó el Movimiento de Países No Alineados. La integración en clave de negación, un verdadero hallazgo del lenguaje diplomático.

En América, todo parecía tabicado por Estados Unidos con la Organización de Estados Americanos, esa que expulsó a Cuba en 1961 y que fuera definido por Ernesto Che Guevara como «el ministerio de colonias» de Washington.

Pero ese esquema mostró una fisura que nunca se volvió a reparar y ocurrió en la Argentina, cuando en la IV Cumbre de las Américas, la posición conjunta de Venezuela, Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay, le pusieron un freno a la pretensión de Estados Unidos de poner en marcha el ALCA. El Área de Libre Comercio de las Américas significaba, en la práctica una zona franca en el camino a un mercado único de Alaska a Tierra del Fuego.

Una zona con los dólares que Estados Unidos, mediante el control fáctico de los organismos internacionales de crédito, había desparramado en la región desde los setenta en forma de deuda externa.

En ese 2005, en la Cumbre de Mar del Plata, Hugo Chávez, Lula Da Silva y Néstor Kirchner se convirtieron en los mosqueteros que le propinaron la mayor derrota diplomática de su historia a Estados Unidos. El mundo había cambiado y el gobierno de George W. Bush, enfrascado además en la venganza infinita en Oriente Medio, tras el orgullo herido de las Torres Gemelas, no supo leer el contexto de manera adecuada.

El euro como moneda común de la vieja Europa llevaba casi una década de uso y China emergía, o el mundo occidental así lo percibía, como la locomotora del Siglo 21, aunque desde los setenta venía habiendo signos que no se leyeron a tiempo.

Pero desde Washington, acaso influenciado por el lobby de las armas y la lógica expansionista que los hace autopercibirse como gendarmes del mundo, seguían pensando el mundo en clave de la posguerra, sin advertir que ya no había enemigos y que el terrorismo global, que reemplazaba al comunismo, no ofrecía garantías de esas peleas con las reglas que habían surgido del status quo del planeta post 1945.

Brasil, el incómodo de la región

Si en algún lugar de la región Estados Unidos podía estar medianamente tranquilo era en Brasil. Con una diplomacia afín, Itamaraty era un modelo de gestión de las relaciones internacionales. Con la enseñanza británica de «divide y reinarás», Brasil fue empujado a tener a Argentina como un enemigo de baja intensidad. Eso ocurrió luego de la Guerra de la Triple Alianza, donde se desmembró en 1870 el modelo del país más desarrollado de la región que era Paraguay.

En Argentina ocurrió otro tanto y durante décadas las hipótesis de conflicto fueron Chile y Brasil, además del «enemigo interno», producto de la Doctrina de Seguridad Nacional, incorporada al manual de instrucciones para la región desde la década del 50.

Pero algo ocurrió en 2002, además de ser el año del quinto Mundial de Fútbol que ganó Brasil. El 27 de octubre de ese año, mientras en Argentina jugaban Boca y River y María Marta García Belsunce era asesinada, Lula ganaba el ballotage que lo llevaría por primera vez a la presidencia.

El obrero metalúrgico de San Pablo, fundador del Partido de los Trabajadores (PT), en 1980, durante la dictadura militar en el vecino país, cumplía ese día 57 años y era la cuarta vez que se presentaba para poder llegar al Planalto, la sede de gobierno del país más grande de América Latina.

La historia posterior, que sigue en proceso de escritura, pone a la figura de Lula como un eje que cambió la historia, con impacto global. El crecimiento de Brasil con el fenómeno de la inclusión social como no se registrabas antecedentes y su conversión a potencia mundial con peso en las mesas de decisión, son de algún modo el valor agregado que lo llevaron a su tercer mandato que acaba de comenzar.

Todo eso en un país que era, y sigue siendo, el más desigual en la región más desigual del planeta.

Hay dos ejemplos que pueden ilustrar el peso de Lula y su acción en el contexto de las presidencias del PT y sus fuerzas aliadas, continuadas con los mandatos de Dilma Rousseff entre 2011 y 2016, cuando fue destituida por un juicio político en el Congreso.

-En 2009 Brasil decidió un reequipamiento de sus fuerzas armadas y encaró la compra, por un valor de más de 8 mil millones de dólares, de aviones caza de Francia. Estados Unidos protestó de manera pública. Los aviones aún vuelan en Brasil.

-En 2013, Dilma Rousseff decidió suspender una visita de Estado al presidente estadounidense Barack Obama. Había estallado el escándalo por el espionaje de la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos, en territorio brasileño, contra Dilma y su gobierno. Pasaron dos años hasta que Estados Unidos y Brasil dieron por superado el conflicto en una reunión entre Dilma y Obama en Washington.

«Las prácticas ilegales de interceptación de las comunicaciones y datos de ciudadanos, empresas y miembros del gobierno brasileño constituyen un hecho grave, atentatorio a la soberanía nacional» e «incompatible con la convivencia democrática entre países amigos», se dijo por esos años.

Brasil y Argentina, un clásico y los desafíos

Desde la asunción de Néstor Kirchner en mayo de 2003 la relación con Brasil dio un giro trascendental. El Mercosur databa de 1985, con el pacto inicial firmado entre los entonces presidentes José Sarney y Raúl Alfonsín, pero nunca había despegado en sus propósitos de integración.

Desconfianzas mutuas de los principales socios, las quejas de Uruguay y Paraguay por su rol testimonial pero, centralmente, la política de alineamiento con Estados Unidos, llevaron a que el sello del Mercosur haya tenido poca tinta por esos años.

La llegada de Lula, el peso de Hugo Chávez desde Venezuela y el protagonismo asumido por el kirchnerismo, armaron el eje. En los primeros días de 2006 Argentina y Brasil, casi en simultáneo, anunciaron el pago de sus respectivas deudas al Fondo Monetario Internacional.

Luego vendrían la creación del Consejo de Defensa Sudamericano, la Unión de Naciones Suramericanas y la Celac, instrumentos regionales por fuera de la OEA, manejada a control remoto por Estados Unidos.

La destitución de Dilma, pocos meses después del cambio de gobierno en Argentina y los procesos de reversión parcial de procesos con experiencias autónomas, con la mixtura entre golpes tradicionales y blandos, con el componente judicial como articulador, fueron iniciativas más o menos asumidas por Estados Unidos.

Pero el país del Norte, independientemente de republicanos o demócratas que pueden diferir en las formas, tiene una estrategia hacia la región y se demuestra de a ratos de manera explícita y por momentos con sutilezas.

La región latinoamericana tiene un muy bajo nivel de integración, que por ejemplo en el ámbito del comercio interno. Eso implica que en América del Sur solo el 17% es intraregional, pero al mismo tiempo se importan 150 mil millones de dólares anuales que se podrían reemplazar.

En la Unión Europea el porcentaje de comercio al interior del bloque ronda el 70% y algo similar ocurre en otros espacios regionales, como el asiático.

En ese marco se puede leer una de las iniciativas más ambiciosas de la nueva etapa: la creación de un mecanismo de moneda de intercambio, que prescinda del dólar como instrumento. Hay ejemplos, como el de Japón y China, que desde hace varios años mantienen su comercio con una canasta entre yenes y yuanes, las monedas locales.

Otro capítulo central es el energético, con la financiación para la ampliación del Gasoducto Néstor Kirchner, para que los recusos de ese hidrocarburo lleguen al centro industrial de América Latina. San Pablo quiere abastecerse de gas argentino, para tender al reemplazo de las alícaídas reservas de Bolivia.

Sudamérica es fuente central de algunos objetos de disputa a nivel global, como el agua, los alimentos, las energías (convencionales y renovables), biodiversidad. De la fortaleza para pensar en clave regional esos elementos dependerán en parte la solidez de los sistemas democráticos y, en definitiva, la calidad de vida de las sociedades.

Argentina, un modelo para armar

Las reacciones opositoras en la Argentina a la Cumbre de la Celac y la presencia de lo que denominan dictadores, como el venezolano Nicolás Maduro o el presidente de Cuba Miguel Díaz Canel, implican una posicionamiento vinculado más al proceso electoral que se avecina que a la verdadera diplomacia.

El campo de las relaciones internacionales se rige por hechos más que por declaraciones y los intereses son los que mandan. El propio Jair Bolsonaro, durante su mandato, terminó comprando vacunas chinas contra el Covid y nunca condenó públicamente la invasión de Ucrania por parte de Rusia.

https://informepolitico.com.ar/ramiro-marra-presento-un-proyecto-para-declarar-persona-no-grata-a-nicolas-maduro-en-la-ciudad/

El francés Emmanuel Macron, en medio de la crisis energética que atraviesa el mundo, mezcla del burbujeo especulativo y la guerra, se saludó con afecto con Nicolás Maduro y quedó en reestablecer el diálogo con Venezuela.

La política real se hace con lo realmente existente en el mundo y hay quienes en la Argentina, tienen un ideario de focus group, donde los globos de colores alcanzan. Pero los países requieren algo más que tuiteos de bajo vuelo.

Bienvenidos al barro de la Historia, donde no hay amigos ni enemigos. Hay intereses.

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